Xalomé, una flamenca de hoy

Además Guionista

Conocemos a Salomé; la joven baila para obtener del tirano la cabeza del hombre que le niega su boca. Salomé baila para Herodes, que le ha prometido la cabeza del Profeta. Esta es la historia reducida a su más simple expresión mítica.
El mito no admite ni el matiz, ni el gris; tampoco los pequeños arreglos ni las concesiones. Es un mundo radical, un mundo zanjado, todo negro y todo blanco. De oro y de sangre. Pero es un mundo donde -como el del sueño- se admite la contradicción.
Así pues, el deseo y el furor de Salomé (“Xalomé”) son las dos caras de la misma medalla dura.
Como la maldición inicial del Profeta y su bendición final. Como Salomé para Herodes (“Peter”); ella es su parte de luz y su parte de noche. Cada uno busca su salvación y su perdición; las encuentra juntas.

Ninguna psicología en ese relato. Ninguna tentativa de explicar o de salvar, de justificar. Ningún afán de redondear. No hay conciliación posible. Las aristas son agudas, los destinos implacables, los juicios abruptos, la sombra rigurosa y el sol despiadado.

Hay que buscar en otra parte el corazón, el temblor de lo humano, la fragilidad. Están ahí, donde Xalomé los ha descubierto…

Ahí donde ella los ha oído por primera vez de su joven vida. En la música, en el baile y sobre todo en ese cante flamenco tenso, golpeado de silencios. En ese cante que le ha llevado fuera de su país y a los límites de su conciencia…
Ahí se encuentra lo humano, en los dedos de los músicos, en los pies y las manos de los bailaores, en la garganta de los cantaores. Sobre todo, en la del profeta. Ahí donde los corazones sordos sólo oirán maldiciones, ella ha oído también la llamada ardiente del amor…
 
 
 

«Bailaré para vos, Herodes» mayo de 1987
D. Abel

Xalomé